Evaluar implica conocer, comprender un proyecto y juzgarlo. En nuestras prácticas cotidianas, más de una vez creemos que, simplemente, recoger opiniones de los directivos, padres o alumnos, alcanza para saber de las bondades, los éxitos o las cualidades de un proyecto. El problema se nos suscita cuando para algunos el proyecto es bueno, para otros el proyecto es malo y la medida de la opinión es un término medio que no representa ninguna de las opiniones.
Evidentemente, recoger las opiniones podría satisfacer el conocimiento de las apreciaciones de los diferentes actores o participantes pero no alcanza para comprender y juzgar el valor de una propuesta. Podríamos sintetizar en dos las orientaciones de la evaluación:
- Evaluar para apreciar de manera holística e integral un proyecto.
- Evaluar para analizar y distinguir de manera pormenorizada cada uno de sus aspectos o dimensiones.
Ambas propuestas podrían integrarse pero remiten a dos maneras diferentes de evaluar. En la primera, muy probablemente se busca señalar si vale la pena volver a implementarlo o continuar. Se dirige a una apreciación general. En la segunda, pueden distinguirse los aspectos que debieran mejorarse, las potencias, los resultados parciales. Esta última se inclina a mejorar el proyecto mientras que la primera perspectiva se centra en las escalas de notas globales.